Caía el sol en la sabana de Bogotá y esperando ansioso durante mucho tiempo ese momento, se apresuró queriendo aprovechar al máximo cada segundo de libertad, caminaba raudo como casi todas las veces sin que nada lo detuviera, lo único que moderaba la velocidad era el dolor que sentían sus pobres pies al llevar a cuestas una carga de más de 90 kilos. A medida que se alejaba intentaba hacer su expresión más tierna y humana al momento de extenderle el dedo índice al inmisericorde conductor que teniendo el control de la situación se regodeaba frenando un poquito para después acelerar dejando al pobre gordinflón con las esperanzas de aprovechar el tiempo como quería en solamente una ilusión. Se notaba entre sus bigotes que le recordó la señora madre al conductor en más de una ocasión, así una y otra vez hasta que por fin, y al mejor estilo de un vendedor de productos de esos que sacian el hambre de los “señores pasajeros”, logró encaramarse en el atollado pero al fin y al cabo tan anhelado carruaje. Agradeciendo por un gesto de amabilidad que en realidad nunca tuvo el chofer, se recostó contra una de las incomodas pero nunca despreciables sillas del bus, sacó sus moneditas del bolsillo y se preparó para disfrutar del viaje.
Una vez estando acomodado con las manos arriba mirando el paisaje de la bonita metrópoli, se sintió confundido y asustado al ver la mezcla cultural que abordaba el concurrido vehículo. Se lograba ver el contraste entre el “gomelo” mala clase con sus cabellos cuidadosamente acomodados para crear la ilusión de estar despeinado pero manteniendo cierta simetría entre sus hebras, y también el del “ñero” con cara de pillo, frunciendo el ceño, desvistiendo con su mirada desafiante a cuanta señora y señorita pasara junto a él, diferenciado del primero por no tener ropas bonitas de marcas reconocidas de esas que usan los muchachos de ahora, sino con una chaqueta de algún material extraño intentando emular el cuero autentico y con un logo de algún equipo de beisbol o futbol americano proveniente de tierras gringas.
Además del variado y abundante pueblo, el robusto señor se notaba incomodo por las altas temperaturas alcanzadas allí dentro; con una mano acomodó su sombrero hacia atrás para que le ventilara un poco la frente lavada por el sudor y pasó un pañuelo para intentar refrescarse. En medio del calor, la variedad étnica, la compresión humana, lo que más atormentaba al señor era muy seguramente el delicioso olor proveniente de la mezcla de aromas de tanto y tan surtido pueblo; se percibía por una parte olor a costal, por otro el perfume de la señora que antes de salir de la oficina se bañaba en dulces fragancias, olor a viejito, olor a obrero, loción Hugo Boss del gomelo y olor a perro mojado de la chamarra del ñero, en fin, la mezcla de todo esto daba hasta para imaginar que estuvieran componiendo una gallina a bordo.
Maldiciendo su suerte y su situación inmediata, lo único que lo alentaba era saber que pronto llegaría a su destino ya que no había el trancón habitual de todos los días, “vamos como por entre un tubo” dijo el sudoroso hombre a otro incomodo y atormentado pasajero, que haciéndole una falsa sonrisa le dio la razón con tal de no seguir interactuando con este sujeto y siguió mirando al horizonte viendo como se acercaba a su lejano lugar de residencia.

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